martes, 19 de marzo de 2019

Solitariedad


Los fugitivos

La tentación del –hoy más que nunca- es la superficialidad, es decir, el vivir en la superficie de sí mismo. En lugar de enfrentarse con su propio misterio, muchos prefieren cerrar los ojos, apretar el paso, escaparse de sí mismos, y buscar el refugio en personas, instituciones o diversiones.
En lugar de hablar de SOLEDAD, podríamos hablar de INTERIORIDAD. Y aquí repetimos: cuanto más interioridad (soledad), más persona. Cuanto más exterioridad menos persona. Llaman personalización al hecho de ser uno mismo, alguien DIFERENCIADO.

Y el proceso de personalización pasa por entre los dos meridianos de la persona: soledad y relación. Pero será difícil relacionarse profunda y verdaderamente, con los demás, si no se comienza por un enfrentamiento con su propio misterio, en un cuadrante inclinado hacia el INTERIOR de uno mismo.

Nunca fueron tan vigorosos, como hoy, los tres enemigos de la interioridad: la distracción, la diversión y la dispersión. La producción industrial, la pirotecnia de la televisión, el vértigo de la velocidad.


Es más agradable, y sobre todo, más fácil, la dispersión que la CONCENTRACIÓN. Y ¡he ahí al hombre, en alas de la dispersión, eterno fugitivo  de SÍ MISMO, buscando cualquier refugio, con tal de escaparse de su propio misterio y problema!

Los fugitivos nunca aman, no pueden amar porque siempre se buscan a sí mismos; y si buscan a los demás no es para amarlos sino para encontrar un refugio en ellos. El fugitivo es individualista. Es superficial. ¿Qué riqueza puede tener y compartir? La riqueza está siempre en las profundidades.
Existe un poco de amor porque se vive en la superficie, igual en la FRATERNIDAD que en el MATRIMONIO. La medida de la entrada en nuestro propio misterio será la medida de nuestra apertura a los hermanos.

Nuestra crisis profunda es la crisis de la EVASIÓN. Escapados de nosotros mismos, vivimos escapados, también, de los hermanos. Es preciso que el hermano comience por SER PERSONA, es decir, comience por enfrentarse y aceptar su propio misterio.


P. Ignacio Larrañaga, del libro "Sube conmigo"