Es indudable que el matrimonio es difícil en el sentido de
tener que compartir la vida con alguien.
Hoy día para muchas parejas es
preferible «vivir juntos» pero sin nada que les implique (o les recuerde) «un
compromiso» fuerte, por así decirlo. Se prefiere en muchísimos casos optar por
algo más «cómodo» como si el mismo «amor» que se tiene por la persona amada, no
implicara ya de por sí un compromiso con ello.
Esto es, precisamente, lo que se está
diciendo en el matrimonio: se está ratificando lo que de antemano, ambos (marido
y mujer) decidieron: convivir juntos «para siempre». Lo que asegura, por
supuesto, una «estabilidad» familiar a futuro en todos sus ámbitos.
Quien ama se compromete «porque
quiere» comprometerse con ese alguien. Es en este sentido que podemos hablar de
una «crisis». Primero, el sujeto y su afectividad: ¿Qué es lo que
verdaderamente quiere en la vida? Es decir, ¿qué objetivo le motiva a comprometerse si es que, en realidad,
estamos hablando y entendemos bien tal término? Segundo, las fuerzas externas
que les pueden influenciar, es decir, la sociedad o familiares mismos que, por
diversos intereses (no precisamente honestos) les orillan a tomar ciertas
decisiones a los que se «comprometen»… Por mencionar los factores (quizás no
los principales) que nos llevan a «no entender» ni «valorar» bien dicho
sacramento.
Hay que saber (y ya que el matrimonio
es un sacramento de «servicio») que
el compromiso se extiende hacia la
sociedad misma con su ejemplo y valores de vida.
Es desde el seno familiar dónde
parten los valores primordiales de la
persona humana: "El Creador del
mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad
humana"; la familia es por ello la "célula primera y vital de la
sociedad".[1]
De ahí su importancia.
En fin, la crisis del matrimonio es,
y ha sido, sin embargo, en muchos de los casos y en sus variadas épocas una
realidad latente.
¿Por qué los matrimonios en su
mayoría fracasan? Y con esto no quiero referirme solamente al fracaso entendido como divorcio ya que, y dada la enseñanza
muchas veces tradicional, cultural, económica o, de otra índole, muchas de las
parejas viven juntas pero sin «un
amor» de por medio que los avale. Tal es, y ha sido el caso de muchos de los
matrimonios hoy día.
Bajo este tenor de desconocimiento en
gran parte de los esponsales sobre el verdadero «valor» del sacramento, hay muchos
problemas que (conciente o inconcientemente) se están viviendo y que
imposibilitan la plena vivencia del amor en el «seno familiar», antes bien, la
resquebraja.
Cabe resaltar que el matrimonio, con
sus mil y un dificultades, no se puede o debe pretender llevar solo; se necesita
de la gracia divina. De ahí que se implora y va auxiliado por la fuerza y
sabiduría del Espíritu Santo, tal y como podemos observar desde los ritos
iniciales en una celebración matrimonial:
El Espíritu
Santo, fuente de vida, ayuda desde hoy a estos novios a entregarse mutuamente y
con amor indiviso a su proyecto esponsal y de paternidad. Con su gracia les
será más llevadero el pacto de amor que hoy rubrican, manteniéndose unidos y
fieles en los gozos y adversidades. El mismo Espíritu les ayudará a descubrir
también su papel de colaboradores con los hijos que Dios le quiera dar.
Es pues, mediante este Espíritu que
podemos superar los obstáculos; es gracia que santifica y plenifica a la pareja
en su nueva modalidad de esposos, y en aras a formar nueva familia a pesar de
nuestra fragilidad humana.
Algunos posibles problemas
Es importante también caer en cuenta
sobre algunos posibles peligros que se pueden dar en el matrimonio, y con ello
no quiero decir que se deban dar obligatoriamente, sino, más bien, para
prevenirlos; ser conciente de ellos para de alguna manera evitarlos o,
simplemente, considerarlos antes de cualquier compromiso. Lo que pretende
llevar a una madurez de decisión más plena y segura.
Jurídicamente hablando podríamos,
quizás, estar ante bastantes matrimonios «nulos» precisamente por problemas
que, como pareja: o pasaron de largo, o simplemente desconocían (conciente o
inconcientemente) muchas cualidades y defectos provenientes en su mayoría de conflictos
personales antes de tomar la decisión definitiva.
Tenemos, así, realidades concretas de
«nulidad» de matrimonio por: Falta de
suficiente uso de razón, falta de madurez de juicio, falta de consentimiento
libre y ponderado, ignorancia de la esencia del matrimonio, matrimonio
conseguido con engaño, exclusión de la dignidad sacramental, exclusión absoluta
(o condicional) de los hijos, etc., por mencionar algunos ejemplos.
Como podemos notar, hay muchos
aspectos qué considerar antes de pretender un compromiso «para toda la vida».
Nos encontramos, así, ante «retos» cada vez mayores respecto a este
tema comenzando por el desconocimiento
y desvalorización de dicho
sacramento.
Es de preocuparnos, pues, cómo es que
estamos llevando la pastoral del matrimonio hoy día (o cómo se llevará) de tal manera
que, lejos de parecer solamente algo fantástico, ilusión, ficción, show o,
simplemente algo «bonito», se dé a conocer su sentido más real y comprometedor. ¿Qué tanto contribuimos a ello?
No es algo que se da, pues, meramente «en el altar» sino que, es un proyecto
que de alguna manera los novios ya venían consolidando desde antes,
precisamente por el «amor que se tienen» y que, ante el altar (con todos ahí
presentes), sólo se viene a «ratificar». Esto lo podemos notar en la liturgia
misma al comienzo de la celebración de tal sacramento y, poco antes de escrutar
a los esponsales:
Estamos aquí, junto al
altar, para que Dios garantice con su gracia vuestra voluntad de contraer
Matrimonio ante el ministro de la Iglesia y la comunidad cristiana ahora
reunida. Cristo bendice copiosamente vuestro amor conyugal, y él, que os
consagró un día con el santo Bautismo, os enriquece hoy y os da fuerza con un
Sacramento peculiar para que os guardéis mutua y perpetua fidelidad y podáis
cumplir las demás obligaciones del Matrimonio. Por tanto, ante esta asamblea,
os pregunto sobre vuestra intención.
Y que, posteriormente, «de manera
conciente» (se supone), deben contestar: “sí, vengo, “sí, libremente”, “sí, estoy decidido (a)” o
“Sí, dispuesto (a).” Palabras aparentemente sencillas de pronunciar pero que
deberían llevar una plena maduración reflexiva respecto a lo que se quiere y,
por ello, a comprometerse seriamente.
No se trata, pues, y en pocas
palabras, de un «mero evento en sí (solamente con matiz social)» sino de un
evento que implicará «toda su vida» en adelante.
Leyendo respecto a estos temas, sobre
todo los casos de nulidad, me di cuenta, ciertamente, de lo complejo de un
matrimonio pero, a la vez, por su misma complejidad, de la importancia de saber comprometerse para la vida (en
compañía de la persona amada) más que nada.
En este libro[2],
aunque de una manera un muy general, que leí, me di cuenta de «algunos casos»,
quizás los más comunes, y que hoy día aquejan a muchos matrimonios.
Pienso, a este respecto, comenzando
por la instrucción de «nosotros mismos», que «debemos profundizar más», y darle
la atención adecuada, si no es que primordial, al matrimonio; darle su lugar y
tiempo en la pastoral en las parroquias ya que trata de algo importante que implica la vida misma de la persona y no
solamente de los esposos, sino de los hijos, con los cuales se conformará una
familia en el futuro y puede estar en juego. En ella se forjan las futuras
personalidades o al futuro malhechor (antivalores).
La familia posee
vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y
alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la
familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de
esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la
sociedad misma.
Así la familia, en
virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a
las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social.[3]
Hay que «redoblar esfuerzos» para
mejorar la catequesis acerca de este sacramento de la mejor manera posible.
Se trata, más que nada, como he
dicho, de «hacer conciencia» a los novios.
Pero quizás no solamente a ellos, es
decir, desde el momento en que se están preparando para contraer nupcias (los
que desean casarse), sino un poco antes; desde las pláticas de adolescentes y juveniles,
y desde el seno mismo de la familia ya que, tarde o temprano, los hijos llegarán
a una etapa de madurez tal, que les exija o los impulse a «querer
comprometerse» de alguna manera con la otra persona.
El valor del matrimonio (la familia)
como un reto
Es un reto un tanto difícil ya que
debemos comenzar por «nosotros mismos» y no caer en tentación de quedarse en la
comodidad del mero «ritualismo» y por diversos intereses.
Creo que a los primeros que deben
interpelar dichos temas (no sólo con respecto al matrimonio) es a nosotros
mismos ya como sacerdotes. Nos toca hacer valer y entender, en lo sucesivo, con
la mayor asertividad posible los sacramentos y evitar, así (muchas veces por
desconocimiento), caer en muchos errores serios por diversas circunstancias o
intereses que no precisamente van en orden a un bienestar y estabilidad familiar,
peor aún, sin Dios de por medio. Que no degraden al sacramento más que lo
plenifiquen.
Creo que no lo sabemos todo del
sacramento, (mucho menos de los demás), nos falta. Y para ello es necesario el
interés, primero, por conocerlos más a fondo. Razón por la cual muchas veces no
enseñamos como debe de ser.
Conclusión
Así, de una manera general, quise
abordar el tema del sacramento del matrimonio. Mejor dicho, «de sus crisis»
que, desde mi perspectiva, y una vez consultado algunos textos, me pareció no
menos importante conocerlos a fondo tanto en sus virtudes como sus principales
consecuencias por, como mucho he mencionado, ser mal observados.
En un principio pensé abordar un tema
en específico sobre este sacramento, pero me pareció importante mencionar,
antes que nada, que el principal reto al que nos enfrentamos no tan a futuro,
es «advertir» sobre todas estas problemáticas posibles y que, me atrevo a
decir, no hay suficiente catequesis que podrían evitar muchas problemáticas
futuras en los jóvenes candidatos al matrimonio.
Así, el mayor obstáculo o virus de
todas éstas, podría decirse es «la ignorancia», peor aún, la indiferencia ante
tales (incluyendo ministros, algunos que otros más ingenuamente por falta de
información).
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