martes, 5 de abril de 2022

¿Quién es bueno?

 Habemos gente (que podríamos sentirnos) tan buenos, por el hecho de ser muy allegados a las practicas reflexivas y religiosas (porque bien sabido es que “nadie es bueno” así como el mismo Jesús una vez manifestó en el Evangelio de Marcos 10,18: “¿Por qué me llamas bueno?  Nadie es bueno fuera de Dios”) que lleguemos a sentir orgullo, principal tentación del “religioso” o practicante o administrador de los ritos y asuntos de Dios.

Así, a los “buenos” (sea porque nos sintamos así o nos lo digan), podemos llegar a sentir un día que no necesitamos de reflexión o práctica, y nos damos el lujo hasta de elegir, de seleccionar: “esto sí, esto no (me ayuda)”… como si realmente supiéramos qué será cien por ciento eficaz para el provecho de nuestra alma, y qué no lo será. 

En sentido estricto, pues, no lo sabemos. Además, es bien sabido que Dios se manifiesta de diversos modos y situaciones, y que estas situaciones no siempre son como las esperamos y, sin embargo, a pesar de poder juzgarlas en primera instancia como inapropiadas o hasta dolorosas, en el futuro vemos aprendizajes que, de no haber sido por esa situación imprevista, no nos habríamos hechos más fuertes, más humildes y hasta valorar cada vez mejor cada segundo de nuestra existencia, de no habernos "ensuciado las manos" solidarizándonos (voluntaria o involuntariamente) con las situaciones de nuestros semejantes. Cosa distinta de si nos quedamos en nuestra zona de confort pretendiendo ser humanos; con cualidades de humanos, pero a la vez con esencia de Ángel (que no está sujeto a la miseria humana).

No hay otra manera de santificarnos que caminando por en medio del “pecado”, de las tentaciones diarias que nos ofrece la vida tales como el bienestar personal que, en su máximo grado, apaga la conciencia, la caridad y es progenitora de la injusticia que hace que las personas a nuestro alrededor desaparezcan como “personas”, y aparezcan como “objetos utilitarios” para saciar necesidades que propicien una mayor comodidad personal y egoísta.

¿Quién es bueno, pues? Ni Jesús aceptó tal (¿podríamos decir…?) “distinción”. También este concepto se presta a la injusticia, a los llamados “respetos humanos” de los cuales Jesús también invitaba a cuidarse de ellos. De ahí que, desde esta perspectiva, pueden ser peligrosas esas relaciones en donde incluso los propios malhechores se adulan unos a otros; se apoyan y se hacen el bien. Aquí es donde la palabra “bueno” se relativiza ¿Quién es bueno? Jesús contesta: “sólo Dios”, y contesta esto porque Jesús sabe lo complicado de este concepto, así como muchos otros que van de la mano de los preceptos judíos de su tiempo: la ley es relativa también pues llaman bueno a lo malo y viceversa; el hombre manipula y hace ver bueno o malo las cosas y personas según sus inclinaciones e intereses. De ahí que, la mejor ley es ésta: la que se rige por el amor, principalmente por el amor de Dios que se manifiesta en el amor al prójimo. Esa es la mejor ley que “dignifica”; y la ley que no mira por el bien de los demás, que es corrupta, que apunta al beneficio de unos cuantos, que se relativiza, que, por ende, no dignifica… no sirve, es una ley de “muerte” que muchas de las veces desemboca en violencia por las desigualdades que ésta ofrece; no es una ley de amor más que egoísta.

Por eso debemos cuidarnos de las apariencias, no dejarles todo el papel a ellas. Es importante conocernos primero a nosotros mismos, amarnos para saber quienes somos y aceptarnos como somos, pero este amarnos se vuelve más perfecto en la humildad del amor a Dios quien nos manifiesta quien realmente somos: un ser perfecto amado incondicionalmente por él e independientemente de lo que los demás digan o nos hagan sentir. Porque, y echando mano a la reflexión del Padre Ignacio Larrañaga (que diré parafraseado): los amados aman, los lastimados lastiman; violentan y buscan el sentido en cosas que no precisamente son amor, buscan donde no está Dios. Porque donde está Dios está la perfecta armonía, paz, belleza, estabilidad… cosas que el ser humano, muchas de las veces sin sospecharlo, busca y anhela indirectamente.

Ser santo, ser bello, ser bueno… viene todo de Dios, pero la mayor belleza, bondad y santidad radican en el espíritu del ser humano y no tanto en lo material, en la apariencia. Ser santo y bueno va de la mano de una extrema humildad, es decir, implica el reconocimiento de que, en realidad, “no somos nada”, y mucho menos sin Dios nuestro creador y principal sentido de vida. En todo caso, somos super valiosos ante él desde el momento en que Él decidió crearnos y amarnos, por su propia iniciativa… Si el mundo es depresivo, deshonesto, corrupto, un reino de muerte… eso no es por Dios sino porque nosotros, maravillados de la ciencia que nos ha otorgado, y de ese poder y libertad de administrar la vida terrena y creación, la hemos deteriorado. Pero en esencia y sencillez podemos y debemos saber convivir juntos, ser felices ayudándonos y no matándonos para poder decir en el momento presente agradecidos por la existencia: “la vida es bella”. 

Muchas de las veces no somos felices porque, en lugar de darnos la mano o una palmadita sincera de aliento en el hombro ante las dificultades, de abrazarnos, de valorarnos, optamos mejor por “ponernos el pie” para conseguir beneficios terrenos pensando que aquí viviremos eternamente a costa de la desgracia del semejante, cuando nuestro verdadero reinado, libertad y felicidad radican desde el amor mismo que tengamos, principalmente a Dios y manifestado a los demás hermanos.

Hasta aquí mi reflexión de este día. Por favor, no dejes de hacerme saber qué te pareció este artículo reaccionando abajo y dejándome tu comentario con tu nombre. Dime por favor ¿Qué opinas? y hagamos más rica esta reflexión.

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