viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Riqueza o pobreza?

Todas las personas (ricas y pobres) tienen necesidad de Dios (o un ser supremo) pues sabemos de antemano que somos finitos, frágiles… y que hay “algo más” de lo que vemos con los ojos materiales; muchas veces apetecible y hermosa a la vista... Esto en apariencia podría indicar prosperidad y bienestar en muchos aspectos. Puede ser. 

Pero aún así hay algo en común que tenemos todos por el sólo hecho de ser personas, y este es que sentimos (amamos) y tendemos y nos movemos siempre en base a este sentimiento; amar y sentirnos amados es la mayor riqueza que el hombre y mujer  puedan experimentar. 

Al menos a esta ley estamos sujetos si queremos alcanzar una felicidad en verdad plena e independientemente de las posesiones materiales. Esto va de la mano con la soledad pues nadie puede vivir solo. De ahí que, podrás tener mil lujos, pero sin alguien con quien compartir y que, a fin de cuentas, podría implicar toda tu felicidad actual, así como un niño con muchos juguetes jugando con otro amigo; de nada valdrían sus juguetes por sí solos, pronto se aburriría.

En esto de poseer, aunque existen familias "felices", no existe garantía de que así lo sean todas, puesto que también en una familia carente (y aún con más razón) se ven familias plenas (y no quiero decir con ello que deseen en principio estar así y que así deban estar cuando en lo mínimo toda persona debe tener lo necesario para su desarrollo digno como persona). Parece ser, sin embargo, que este ámbito es más propicio para la fe; pues las mismas carencias y dificultades foguean al corazón humano y lo invitan a, con mayor razón, creer y cultivarla; tener la confianza en un ser supremo que lo ayude, a disfrutar y valorar más de la compañía de los demás... 

"...Pero ella en su pobreza, ha puesto cuanto tenía para vivir" (Lc 21, 4)
Aunque, por otro lado, también se puede hablar de una fe inmadura provocada por las mismas necesidades que te obligan a creer en alguien para que te saque adelante; ahí donde no ves salida. Una fe así, provocada por la necesidad más que por el amor, consecuencia de un previo acercamiento o experiencia con Dios pues, “nadie ama lo que no conoce”, puede muchas veces llevarnos a una fe engañosa o light que, en la medida de que me sienta respondido por Dios seguiré "con él" pero en realidad no confía plenamente. Se trata, por así decirlo, de un amor interesado.
Y en esto se puede caer, sin embargo, en ambas partes. Muchas de las veces se trata de una fe no razonada. Esto implica mayor estudio (acercamiento) respecto a lo que se ama. Claro, sin despreciar que existan personas que con el sólo hecho de creer meramente sentimental, sea mejor persona; y viceversa: que una persona que la razona sea incapaz de actuar: "nadie se compadece mejor del hambriento que quien la ha padecido". 
Lo que aquí destaco es que, razonando nuestra fe tenemos más herramientas pero, también, de nada sirve si no la practicamos: en la medida de mi acción está mi amor (¿por qué se hace lo que se hace, si se hace?).


Aquí cabe destacar la distinción entre un amor propio y uno más universal que abarque a todos sin distinción sólo por el hecho de (saber) amar.

Así, Dios radica en todo corazón que lo quiera acoger sin distinción de razas y nación. Para él todos son hijos muy amados. El problema es cuando buscamos fuera de él (muchas veces de manera egoísta) la “supuesta” felicidad. Cuando ponemos nuestras fuerzas, nuestro corazón en cosas que no son precisamente Dios y que nos dan quizás placer y una aparente felicidad, pero felicidad efímera, que pasa y que muchas veces también traen desgracias cuando hay ambición o malas administraciones. Ahí es donde radica la verdadera miseria humana (interior).

Sobre las pertenencias materiales

No digo que no se pueda “tener” siempre algo mejor materialmente hablando y que se pueda disfrutar para el futuro ya que muchas veces se trabaja para ello y se busca formar un patrimonio para los hijos, otros parientes, amigos e, incluso, a personas ajenas a nuestra
familia cuando, por ejemplo, se ejercen obras de caridad y mejor bienestar para las personas necesitadas en algo… lo que digo es que no debemos aferrarnos o poner nuestra entrega a las cosas materiales más que en Dios o lo que verdaderamente sirve y aprovecha a nuestra alma. Un día Jesús, discutiendo con los fariseos (estrictos observantes de la ley) cuando, por ley no podía siquiera curar en día sábado, les dijo: "El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado" (Mc 2, 27-28). Así mismo con las cosas nos diría: "las cosas se hicieron para el hombre, no el hombre para las cosas, incluido el dinero y, al cual, le damos el carácter esencial prácticamente  en todo al igual que el poder que viene de la mano del dinero. Debemos entender, antes que nada que, aún estas cosas son medios no fines, es decir, no es a lo que aspiramos estrictamente hablando; hay algo más y puedes ser feliz aún sin ello. 

Parafraseando al Papa recientemente en su visita a Cuba, comento: Los bienes materiales sí, son necesarios y es una obligación administrarlos, pero cuando éstos entran al corazón, ya perdimos.

Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos
Las cosas se disfrutan mejor compartiéndolas y en eso radica ya parte de la felicidad pues, quien no sabe compartir lo que tiene, es en realidad un pobre y quizás lo que tiene no lo valora o no se lo ha ganado con amor al trabajo y de manera honesta, es decir, en aras a algo mejor, por ejemplo, quizás para formar un patrimonio para los hijos, papás… donde lo que realmente lo impulsa es un espíritu bueno; o trabajar para  ser alguien en aras a prestar un servicio a los demás con su profesión más que a explotar o servirse de él. ¿Entiendes? Todo lo mejor que deseemos debe estar siempre motivado por el factor amor que no desea nada mal a nada ni nadie; que busca compartir y unificar.


Pero cuando somos egoístas ahí está el problema porque desaparece de la mira mi hermano y sus necesidades y es entonces que lo único que importa son sólo mis problemas o necesidades.

Pobre que llega a tener

Dice un dicho popular: “el que no tiene y llega a tener loco se quiere volver”.

Lamentablemente he visto en el transcurso de mi vida, sobre todo
en el estatus medio bajo (con sus honrosas excepciones por supuesto) esta lamentable situación: hay personas que una vez carecieron de mucho materialmente hablando y, el día que se le
llega la oportunidad de tener un poco más o estabilizar su vida, quizás con un ingreso más alto de lo que antes acostumbraba ganar mediante un trabajo más digno o estable… comienza a marearse,
es decir, se olvida de lo que fue y, lejos de ayudar a su prójimo, lo pisotea; no se compadece ni ayuda, sin llegar tampoco, y claro, al extremos del subsidiarismo. Es necesario ver siempre y en todo ámbito al otro como otro yo (igual), que no estoy vivo y buscar con él un futuro más digno. A veces la misma pobreza material es provocada por nuestra pobreza de espíritu que no es otra cosa que incapacidad de amar; de vernos como enemigos más que como hermanos, y por ello de unirnos para resolver problemas. Pero debemos comenzar por el acercamiento (conocimiento) al otro; la verdad, muchas veces no nos conocemos (y ni nos interesa), he aquí uno de los peores males en nuestra comunidad.


Pero esto mismo suele suceder entre los que más tienen, ya que también, así como hay de pobres a pobres, también hay de ricos a ricos; de los que valoran lo que tienen, y de los que sólo obtienen por obtener para enriquecerse cada día más (razón de las injusticias). 

En este sentido cabe la pregunta ¿Para qué? Si muchas veces ni se disfruta y se vuelve un círculo vicioso ya que no le llena lo que tiene (porque no lo sabe valorar –quizás porque no le cuesta o se lo gana honesta y duramente-), quiere más pensando que esto le llenará y, en su afán por conseguirlo atropella a los demás. Se estresa, se amarga… en fin, no es eso felicidad y hasta llega a enfermarse corporalmente.
¿Es esa la felicidad que le dieron sus bienes materiales? ¿Es eso lo que Jesús quiere si hablamos de que creemos en un Dios de vida? ¿A caso esa situación generó vida comenzando por el mismo poseedor de tales bienes?

Por otro lado, existen ricos y no tan ricos que saben vivir, compartir de lo que tienen, y no sólo en lo que material se refiere sino, además, dan tiempo y entrega en algún proyecto con beneficio a algo y no precisamente personal. Prestan servicio.

Riqueza radica en el corazón más que en las pertenencias

Con todo esto, por citar algunos ejemplos, pienso que la mayor riqueza (y quizás principal) radica en el corazón del hombre, en su educación y bien valorado espíritu que, por supuesto, comienza desde la familia, principal empresa de adquisición de valores.



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