Alienación y realidad
Una breve reflexión sobre el verdadero sentido que María debe de significar en nuestras vidas...
Todo lo que no se abre es egoísmo.
Muchos buscan imágenes y cuadros que tocar y besar en lugar de signos que despierten la fe y conduzcan al amor. Quieren conseguir algo o agradecer un favor. A veces tenemos la impresión de estar asistiendo a una operación de compraventa. Se cumple lo que decían los romanos: "do ut des", te doy para que me des. De ahí se origina la expresión "pagar mandas". El verbo pagar encierra el concepto de compra-venta.
Es evidente que todo esto es una adulteración de la finalidad por la cual Jesucristo nos entregó una Madre. En lugar de ser la Madre que engendra en nosotros a Jesucristo, queremos transformarla muchas veces en economista que solucione los reveses económicos, en el médico que sana las enfermedades incurables, en la mujer mágica que tiene la fórmula secreta para todos los imposibles.
Otras acuden por curiosidad, superstición y fascinación. Sin darse cuenta que pueden fomentar instintos religiosos en lugar de fe.
Hay quienes colocan a María tan alta y tan lejos, que la transforman en una semidiosa deshumanizada.
"Esta criatura 'bendita entre todas las mujeres' fue en esta tierra humilde mujer, implicada en las condiciones de privación, de trabajo, de opresión, de incertidumbre del mañana, que son las de un país subdesarrollado.
María debía no solamente lavar o arreglar la ropa, sino coserla; no solamente coserla, sino primeramente hilarla.
Debía no solamente hacer el pan, sino también moler el grano y, sin duda, cortar leña para las necesidades del hogar, como lo hacen todavía las mujeres de Nazaret.
La Madre de Dios no fue reina como las de la tierra, sino esposa y madre de obreros. No fue rica sino pobre.
Era necesario que la Theotokos fuese la madre de un condenado a muerte, bajo la triple presión de la hostilidad popular, de la autoridad religiosa y de la autoridad civil
de su país. Era necesario que compartiera con Él la condición laboriosa y oprimida, que fue la de las masas de los hombres que había que redimir, 'los que trabajan y están cargados'".
María no es soberana sino servidora. No es meta sino camino. No es semidiosa sino la Pobre de Dios. No es todopoderosa sino intercesora. Es, por encima de todo, la Madre que sigue dando a luz a Jesucristo en nosotros.
Nuestro destino materno
El significado profundo de la maternidad espiritual consiste, repetimos, en que María sea de nuevo Madre de Jesucristo en nosotros. Toda madre gesta y da a luz. La Madre de Cristo gesta y da a luz a Cristo. Maternidad espiritual significa que María gesta a Cristo y lo da a luz en nosotros y a través de nosotros.
En una palabra, nacimiento de Cristo significa que nosotros encarnamos y "damos a luz" -transparentamos- al Cristo existencial... tal como en su existencia terrenal sintió, actuó y vivió. Jesucristo -la Iglesia- nace y crece en la medida en que los sentimientos y comportamientos, reacciones, y estilo de Cristo aparecen a través de nuestra vida.
En la medida en que nosotros encarnamos la conducta y actitudes de Cristo, el Cristo Total avanza hacia su plenitud. Es sobre todo nuestra vida más que con nuestras instituciones como impulsamos a Cristo a un crecimiento constante. Porque Dios no nos llamó desde la eternidad principalmente para transformar el mundo con la eficacia y la organización, sino "para ser conformes a la figura de su Hijo" (Rom 8,29).
María dará a luz a Cristo en nosotros en la medida en que nosotros seamos sensibles, como Cristo, por todos los necesitados de este mundo; en la medida en que vivamos como aquél Cristo que se compadecía y se identificaba con la desgracia ajena, que no podía contemplar una aflicción sin conmoverse, que dejaba de comer o de descansar para poder atender a un enfermo, que no sólo se emocionaba sino que solucionaba... la Madre es aquella que debe ayudarnos a encarnar a ese Cristo vivo sufriendo con los que sufren, a fin de vivir nosotros "para" los demás y no "para" nosotros mismos.
María dará a luz a Cristo en nosotros en la medida en que nosotros seamos sensibles, como Cristo, por todos los necesitados de este mundo; en la medida en que vivamos como aquél Cristo que se compadecía y se identificaba con la desgracia ajena, que no podía contemplar una aflicción sin conmoverse, que dejaba de comer o de descansar para poder atender a un enfermo, que no sólo se emocionaba sino que solucionaba... la Madre es aquella que debe ayudarnos a encarnar a ese Cristo vivo sufriendo con los que sufren, a fin de vivir nosotros "para" los demás y no "para" nosotros mismos.