lunes, 19 de agosto de 2019

La esencia de la verdadera ley


“No existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a Él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina…” (Misericordia et misera No. 11).

Con estas palabras el Papa Francisco hace énfasis a algo mucho más grande que la ley misma recordando que, aunque la ley existe para dar orden, ésta está a merced del hombre mismo y no al revés tratando de procurar siempre el bien de todos en su conjunto, es decir, es válida siempre y cuando ésta dignifique a los hombres.

La ley no es perfecta a pesar de ser necesaria. Sólo nos da un parámetro de cómo movernos y comportarnos en base a experiencias vividas de los hombres.

El mundo está en constante evolución y es por ello que la ley también no es eterna ni existen parámetros universales exclusivos que rijan a toda sociedad de un mismo modo siempre.


La ley debe ser siempre sinónimo de “bien”. Así, dondequiera que haya parámetros a seguir en una cultura, sociedad… debe ser siempre procurando el mayor bien entre sus individuos, de otro modo estaremos hablando de “leyes precarias”, egoístas que sirven sólo a intereses de unos cuantos.

Cuando la ley (humana) se corrompe, es decir, que ya no sigue los parámetros de procurar siempre el mayor bien entre sus individuos y sirve sólo a unos cuantos, ésta, desde mi punto de vista, ha perdido su esencia principal.

La ley humana pues, como vemos, es más corruptible que la ley divina; me refiero a la ley del amor, de los valores que nunca pasarán de moda. Es esta ley del amor y es la que por siempre ha trascendido a través de la historia de la humanidad. La ley humana sin Dios (sin amor) es defectuosa y más propensa a corromperse…

“Un sábado mientras [Jesús] atravesaba unos campos de trigo, sus discípulos se pusieron a arrancar las espigas. Los fariseos le dijeron: -Mira lo que hacen en sábado: ¡Algo prohibido! Les respondió: -¿No han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros pasaban necesidad y estaban hambrientos? Entró en la casa de Dios, siendo sumo sacerdote Abiatar, comió los panes consagrados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y los compartió con sus compañeros. Y añadió: -El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado. De manera que el hijo del hombre es Señor también del sábado.” (Mc 2, 23).

En este ejemplo, la ley permitía calmar el hambre cortando espigas al pasar por un sembrado excepto el sábado. Jesús, para discernir cuando una ley es opresora o liberadora toma como criterio al ser humano. Ninguna ley, pues, palabra o acción que lo oprima, margine o excluya puede tener el respaldo de Dios; precisamente porque Dios es amor y, hombre que no ama, no tiene a Dios y se convierte en opresor.

A veces las leyes, analizándolas en su profundidad, resultan por demás “absurdas” y descubrimos que van perdiendo su esencia de “humanidad”. En este caso, ante la ley judía, podríamos preguntarnos y, tomando como criterio al ser humano ¿A caso el hombre (sobre todo forastero) no come el día sábado? ¿Querrá Dios que el hombre muera por tener la mala fortuna de tener hambre el día sábado? Dios no quiere la muerte del hombre sino que viva y se salve.

Digo todo esto, pues, porque la ley debe ir en aras a eso: dignificar al mismo hombre. Esta es la ley que avala Dios (amor) y donde incluso ejerce su misericordia cuando ésta ley humana no alcanza. Dios es más que la ley humana, el juez supremo.

Y digo esto sin afán de rebeldía pues la ley existe por algo y es necesaria. No se trata de abolir la ley sino de darle plenitud; la plenitud del amor, el sentido por el que debería de existir: el amor y dignificación del hermano. “No piensen que he venido a abolir la ley o los profetas. No vine para abolir sino para cumplir […] Porque les digo que si el modo de obrar de ustedes no supera al de los letrados y fariseos [escrupulosos de la letra], no entrarán en el reino de los cielos” (Cfr. Mt 5, 17ss).
Así pues, la ley también puede resultar cómoda al quedarse en el mero cumplimiento de ella sin esfuerzo de reflexión siempre. Peor aún, cuando de antemano esta ley significa resguardar intereses propios aun con apariencia de “servicio”. De ahí que toda ley hecha sin amor, literalmente, “no sirve” para servir (dignificar).

Sin Divisiones

Le ley principal, pues, siempre será en base a un precepto primordial: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13,34). Pues quien ama a su hermano siempre querrá servirlo, pero un patrón querrá siempre ser servido.

Cuando es la ley del amor el principal en la vida del hombre desaparecen incluso divisiones, prejuicios; desaparece el obrero y surge el amigo, mejor aún y, yendo más allá, surge el hermano “Ya nos os llamo sirvientes, porque el sirviente no sabe lo que hace su Señor. A ustedes los he llamado amigos porque les he dado a conocer todo lo que escuché de mi Padre” (Jn 15,15).