“No existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a
abrazar al hijo que regresa a Él reconociendo que se ha equivocado, pero
decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale
a banalizar la fe y la misericordia divina…” (Misericordia et misera No. 11).
Con estas palabras el Papa Francisco hace énfasis a algo
mucho más grande que la ley misma recordando que, aunque la ley existe para dar
orden, ésta está a merced del hombre mismo y no al revés tratando de procurar
siempre el bien de todos en su conjunto, es decir, es válida siempre y cuando
ésta dignifique a los hombres.
La ley no es perfecta a pesar de ser necesaria. Sólo nos da
un parámetro de cómo movernos y comportarnos en base a experiencias vividas de
los hombres.
El mundo está en constante evolución y es por ello que la ley
también no es eterna ni existen parámetros universales exclusivos que rijan a
toda sociedad de un mismo modo siempre.
La ley debe ser siempre sinónimo de “bien”. Así, dondequiera
que haya parámetros a seguir en una cultura, sociedad… debe ser siempre
procurando el mayor bien entre sus individuos, de otro modo estaremos hablando
de “leyes precarias”, egoístas que sirven sólo a intereses de unos cuantos.
Cuando la ley (humana) se corrompe, es decir, que ya no sigue
los parámetros de procurar siempre el mayor bien entre sus individuos y sirve
sólo a unos cuantos, ésta, desde mi punto de vista, ha perdido su esencia
principal.
La ley humana pues, como vemos, es más corruptible que la ley
divina; me refiero a la ley del amor, de los valores que nunca pasarán de moda.
Es esta ley del amor y es la que por siempre ha trascendido a través de la
historia de la humanidad. La ley humana sin Dios (sin amor) es defectuosa y más
propensa a corromperse…
“Un sábado mientras [Jesús] atravesaba unos campos de trigo,
sus discípulos se pusieron a arrancar las espigas. Los fariseos le dijeron:
-Mira lo que hacen en sábado: ¡Algo prohibido! Les respondió: -¿No han leído lo
que hizo David cuando él y sus compañeros pasaban necesidad y estaban
hambrientos? Entró en la casa de Dios, siendo sumo sacerdote Abiatar, comió los
panes consagrados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y los compartió con
sus compañeros. Y añadió: -El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para
el sábado. De manera que el hijo del hombre es Señor también del sábado.” (Mc
2, 23).
En este ejemplo, la ley permitía calmar el hambre cortando
espigas al pasar por un sembrado excepto el sábado. Jesús, para discernir
cuando una ley es opresora o liberadora toma como criterio al ser humano.
Ninguna ley, pues, palabra o acción que lo oprima, margine o excluya puede
tener el respaldo de Dios; precisamente porque Dios es amor y, hombre que no
ama, no tiene a Dios y se convierte en opresor.
A veces las leyes, analizándolas en su profundidad, resultan
por demás “absurdas” y descubrimos que van perdiendo su esencia de “humanidad”.
En este caso, ante la ley judía, podríamos preguntarnos y, tomando como
criterio al ser humano ¿A caso el hombre (sobre todo forastero) no come el día sábado?
¿Querrá Dios que el hombre muera por tener la mala fortuna de tener hambre el
día sábado? Dios no quiere la muerte del hombre sino que viva y se salve.
Digo todo esto, pues, porque la ley debe ir en aras a eso: dignificar
al mismo hombre. Esta es la ley que avala Dios (amor) y donde incluso ejerce su
misericordia cuando ésta ley humana no alcanza. Dios es más que la ley humana,
el juez supremo.
Y digo esto sin afán de rebeldía pues la ley existe por algo
y es necesaria. No se trata de abolir la ley sino de darle plenitud; la
plenitud del amor, el sentido por el que debería de existir: el amor y
dignificación del hermano. “No piensen que he venido a abolir la ley o los profetas.
No vine para abolir sino para cumplir […] Porque les digo que si el modo de
obrar de ustedes no supera al de los letrados y fariseos [escrupulosos de la
letra], no entrarán en el reino de los cielos” (Cfr. Mt 5, 17ss).
Así pues, la ley también puede resultar cómoda al quedarse en
el mero cumplimiento de ella sin esfuerzo de reflexión siempre. Peor aún,
cuando de antemano esta ley significa resguardar intereses propios aun con
apariencia de “servicio”. De ahí que toda ley hecha sin amor, literalmente, “no
sirve” para servir (dignificar).
Sin Divisiones
Le ley principal, pues, siempre será en base a un precepto primordial:
“Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros; como yo os he amado”
(Jn 13,34). Pues quien ama a su hermano siempre querrá servirlo, pero un patrón
querrá siempre ser servido.
Cuando es la ley del amor el principal en la vida del hombre
desaparecen incluso divisiones, prejuicios; desaparece el obrero y surge el
amigo, mejor aún y, yendo más allá, surge el hermano “Ya nos os llamo sirvientes,
porque el sirviente no sabe lo que hace su Señor. A ustedes los he llamado
amigos porque les he dado a conocer todo lo que escuché de mi Padre” (Jn
15,15).
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