Dios perdona y es misericordioso, sin embargo, las consecuencias de nuestras acciones perduran. El corazón malo de una persona difícilmente cambiará a menos que sufra una metanoia.
Pero ¿qué es metanoia?
Este concepto de origen griego describe un cambio radical, es decir, una transformación total. Si buscas en internet encontrarás a primera estancia que ésta "denota una situación en que en un trayecto ha tenido que volverse del camino en que se andaba y tomar otra dirección, también retóricamente utilizado para retractarse de alguna afirmación realizada, y corregirla para comentarla de mejor manera".
En este sentido se aplica a las personas que cambian totalmente su manera de proceder para bien sus acciones e, incluso su personalidad y carácter de repente ya no son los mismos.
Sí, es como si se metiera otra persona en su ser, alguien distinto del que antes era. Pero tranquilos, no estoy refiriéndome a una posesión como tal. En el cristianismo nos referimos más bien a una conversión total y radical de la persona una vez que experimenta un encuentro profundo con alguna experiencia o alguien, en este caso, con Dios. Es decir que si esta persona, antes era grosera, violenta, desastrosa, odiosa… y de repente (bien podríamos aplicar el dicho “de un día para otro”), es totalmente lo contrario: más atenta, cariñosa, amorosa, etc., hasta causará asombro y sospecha pues no se puede creer que una persona de buenas a primeras cambie tan rápido, ¡bueno! no es que sea imposible sino que rara vez vemos estos cambios, es muy difícil verlos y experimentar ese encuentro tan profundo que nos permee y cambie, más eso no quiere decir que no sucedan.
Ciertamente no es lógico este cambio para muchos, pero no, tampoco es imposible, y tenemos ejemplos en la biblia.
La conversión de San Pablo.
El hecho más conocido es el de Saulo (ver Hech 9) quien posteriormente será conocido como San Pablo, perseguidor acérrimo de de los discípulos de Jesús: "Saulo, respirando amenazas contra los discípulos del Señor..." (Hch 9, 1) y quien posteriormente, después de una visión con la voz de Jesús, se convirtió en el más fiel misionero y proclamador de éste por el resto de su vida, y tal fue su conversión que estuvo dispuesto a todo por la causa de Dios y su mensaje. Así, sufrió desprecios, burlas hasta llegar a dar incluso la vida misma. Ya nada más le importó después de conocer a Jesús más profundamente; y fue tal su fervor que manifiesta su entrega en una carta a los Romanos en medio de un ambiente tan hostil que se vivía en aquél entonces: "¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? [...] en todas estas cosas salimos más que vencedores" (Rom 8,35). Cuando existe una convicción real se es capaz de superar las pruebas más duras.
Esta metanoia (o cambio radical) implica toda una aceptación y compromiso para con la causa o persona amada. En pocas palabras, hubo un cambio porque hubo amor.
En el caso de Pablo, esta conversión (que por cierto esta otra palabra se equipara a la de metanoia) fue posible gracias a este encuentro tan profundo con Jesús, más no sin este elemento llamado amor que fue capaz de cambiarlo por completo, hasta la raíz de su ser.
Por ende, una persona que experimenta el amor pleno es capaz de dar hasta la vida, de hacer cambios importantes porque ya se siente identificado con la causa, un proyecto o persona la cual se estima en demasía.
Metanoia es, pues, una conversión de
vida, y esta conversión se manifiesta en todo
nuestro ser incluyendo nuestras actitudes. Uno puede decir que cambia, o
que ya no hará tal o cual cosa que ofendió o hizo algún daño a alguien, y puede
que lo cumpla por un buen tiempo, sin embargo, si pasado este lapso, vuelve a
recaer en las mismas acciones perjudiciales, podemos decir que no hubo una
verdadera conversión o metanoia desde el interior. Así, puedo cambiar algunos
elementos de mi personalidad, sólo algunos, pero seguir siendo el mismo… Metanoia implica a toda la persona con todo su ser;
implica un cambio desde las raíces, no se trata solamente de un deseo
superficial o de tener la “buena intención” para con lo bueno, para con Dios
(si es que verdaderamente le buscamos a Él). Implica un cambio de mente y
corazón, implica sacrificios y aceptación de, incluso, remar contra corriente
si es necesario por defender aquello con lo que se ha comprometido en cuerpo y
alma, es decir, con todas las fuerzas, porque llega a ser nuestro sentido último.
De ahí que, este cambio se muestra posteriormente con acciones y no sólo de palabras; de acciones extremas que, lejos de hacer desertar, fortalecen más esa convicción como San Pablo que, en otras de sus cartas llega a expresar: “[…] me han nombrado predicador, apóstol y maestro. Por esa causa padezco estas cosas, pero, pero no me siento fracasado, porque sé en quien he puesto mi confianza” (2 Tim 1,12). Tiene una convicción tal que ninguna dificultad le hace desanimarse al grado de querer abandonarlo todo; sabe bien en quien confía, y ese alguien es su fuerza, aliento y esperanza. En este caso, ha experimentado el amor de Dios en su máxima expresión que cree que ningún sufrimiento en la tierra es suficiente para apartarle de este sentimiento sublime.
¿Qué es esta metanoia, pues? algo extremo y extra-ordinario diría yo, y detrás de ésta se encuentra la Misericordia de Dios que no es otra cosa también que "amor al extremo", un amor tan profundo que el mismo Saulo no fue capaz de resistir.
"Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras" dicta la cita de Santiago (St 2,18) que no es otra cosa que mostrar el amor con acciones, y desde donde se hace tangible tal prodigio de la conversión; del amor mismo experimentado en carne propia al grado de transformar sobremanera a la persona en todo su ser.
Este "cambio" (o metanoia= cambiar de meta) es similar a encontrarse un tesoro o, en términos más actuales, a sacarse la lotería. Cuando esto sucede, la persona no puede ocultar su alegría y quiere contarlo a medio mundo, y, aunque no hiciera uso de palabra alguna, su alegría se deja ver a kilómetros.
Es decir que, una metanoia no se puede esconder; es un acto verdaderamente evidente y sorprendente en el grado de no poder creerlo.
La Biblia está llena de ejemplos al respecto. Basta ver los milagros que Jesús obró en vida con las personas y que no es otra cosa que un encuentro muy profundo con Él. Él hacía a los demás sentirse acogidos, escuchados, atendidos... en pocas palabras, amados, y con lo cual revolucionó la visión tan reducida que tenían los judíos respecto de un Dios muy lejano y exclusivo. Jesús vino a manifestar algo tan sencillo: el amor es para todos, Dios es amor, y todo el que ame será feliz, lo cual es equivalente a abajar a Dios a nuestros terrenos, un Dios de los excluidos y marginados no sólo de los ricos y letrados... esa es la gran novedad.
El hecho, pues, de experimentar tal acogida (sentirse amado), es lo que produce tal conversión (metanoia), un cambio de rumbo radical que implica de antemano una reflexión y amor tan grandes respecto al amor que el Padre nos tiene y nos ha dado, y del cual no nos sentimos siquiera merecedores: "Me pondré en camino a casa de mi Padre y le diré: He pecado contra Dios y te he ofendido; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros" (Lc 15, 18), además de un reconocimiento ante lo majestuoso, ante la grandeza o prodigio divino: "¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?" (Lc 1, 39) y que, por supuesto, detrás de todo este reconocimiento se encuentra una gran fe ante lo supremo.
Es en este último punto que nos hacemos conscientes de nuestra condición de servidores, hijos de un mismo Padre. Más, no cualquier Padre, sino uno amoroso, justo, misericordioso, de aquél que tiene poder incluso para destruirnos, despedirnos, desheredarnos, y sin embargo, no lo hace, no quiere. Nos reconocemos menos ante la grandeza de lo divino, y nada más divino que el mismo amor que, experimentado en su máximo esplendor, recae en una total conversión (metanoia).
"Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mí detenerme allá a donde me envías" (Nican Mopohua, relato del Indio Juan Diego ante la presencia de Santa María de Guadalupe), En este caso, Juan Diego no se siente digno de tan grandes prodigios o encargos de parte de Dios lo mismo que San Pablo una vez converso; que el hijo prodigo cuando recapacita y no se siente digno de volver como "hijo" y, sin embargo, el Padre le ama con esa misma dignidad... Y así, vemos muchos ejemplos, sobre todo en la vida de los que llegaron a ser santos gracias a este reconocimiento tan profundo del amor de Dios Padre...
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