Poco valoramos la salud hasta que nos cae a enfermedad, y más si ésta es grave, ya no se diga solamente a nosotros sino también de algún familiar o amigo cercano.
Mi nombre es Alejandro Huerta C. y hoy quiero compartirles una experiencia especial respecto a la salud.
Hoy en estos tiempos de pandemia nunca ha sido más valorada la salud como en otros tiempos más normales (por decirlo de alguna manera) debido al incremento de muertes por este fatal virus que nos circunda y amenaza constantemente, y donde no sabemos a quién y cuando nos va a tocar y con qué gravedad.
Hace unos días, dentro de mis archivos apareció esta foto de una experiencia especial que tuve hace algunos años en mi estancia en el seminario de Misioneros de Guadalupe y decidí hacer una reflexión al respecto compartiéndoles mi experiencia donde cada fin de semana durante al menos un año teníamos la pastoral de la salud que consistía en ir con los enfermos del Instituto Nacional Ignacio Chávez de la ciudad de México (CDMX).
Éramos de cuatro a seis integrantes aproximadamente los que asistíamos a dicha pastoral. Cada viernes después de los estudios y de la comida, íbamos a nuestros cuartos a tomar nuestra bata y nos encaminábamos a dicho hospital para visitar a los enfermos del corazón. Pero nuestra labor, a pesar de llevar bata blanca como cualquier médico (lo cuál se hacía por higiene) era algo más que sólo físico. Se trataba de la salud espiritual llevando la Eucaristía a quien lo quisiese así como la Palabra de Dios, cosa que, viendo los rostros de cierto alivio y consuelo de los internados al escuchar que Dios está con ellos a pesar de la angustia y sufrimientos que pudieran experimentar; que no desanimaran y tuvieran fe, cosa que me llenaba de gran satisfacción, saber que yo era de alguna manera el portador de esa Palabra y consuelo, que mi vida valía para algo, para servir a otros desde mi persona.
Al mirar esta foto de nuevo, pues, me hizo recordar y valorar más la vida y salud que aun Dios nos ha permitido tener y, sobre todo, tener esta oportunidad de poder servir mediante mi salud a los enfermos. Hoy día acompaño al ministerio de los ministros de la Santa Comunión en el Refugio y, ¡créanme! Aunque para muchos pasa por indiferente esta labor, es una experiencia única y enriquecedora donde experimentas la presencia de Dios entre los, para ya muchos, olvidados y hasta insignificantes, pero Dios se hace más presente con mayor razón en la miseria y fragilidades humanas, allí donde aflora con mayor fuerza la fe. En verdad ¡Qué bello es servir a Dios!
Bien dicen por ahí que la mejor medicina es el ánimo que la persona enferma ponga en su recuperación, y esto en gran medida es tan cierto e importante que, incluso se puede decir que es la principal y mejor medicina. Así, el espíritu humano supera en gran medida el aspecto material y físico.
De ahí la importancia de mantenernos en pie espiritualmente hablando, es decir, con la mano puesta en Dios siempre ante cualquier circunstancia.
En este sentido, cuando yo iba a visitar a los enfermos y, sabiendo ellos que eres representante de Dios, las personas no tardan en querer hacerte partícipe de sus problemas que van más allá de una enfermedad física. El sufrimiento, pues, es más profundo que lo que se experimenta en el cuerpo mismo.
Recuerdo que cuando comencé a visitar el hospital quería "complacer" (por decirlo de algún modo) a los enfermos escuchando sus penas, sin embargo, humanamente es casi imposible remediarles en algo sólo por nuestra fuerza, además, me di cuenta con el paso de las semanas, y dado que escuchar a un sólo enfermo te llevaba casi todo el tiempo y sin garantía de poder aliviarle su sentir que, en sentido estricto, por más buena voluntad que se tenga y fuerzas empleadas, el que mejor puede alivianar el alma es la Palabra de Dios y Eucaristía.
De ahí que, en visitas posteriores ya no trataba de quedarme a sólo escucharle (y hasta aconsejarle según mis capacidades), lo cual es muy válido, humano y hasta importante, sin antes primero leerles la Palabra de Dios.
Así, comencé a notar esa paz en sus rostros que sólo la Palabra de Dios podría traerles y, una vez escuchada ésta (incluso para los que estaban impedidos de comulgar) ya no buscaban tanto platicar sus problemas que, por más vueltas que se les dé, humildemente uno nunca podrá remediarlas eficientemente. Es mejor refugiarse y confiar en la Palabra de Dios, ponerlo todo en sus manos. Creo que esta última actitud es la que muchos pacientes lograron experimentar dejando sus preocupaciones en las manos de Dios desde la misma Palabra de Dios.
Estos son algunos de los aprendizajes durante mi experiencia pastoral en este ramo.
Es necesaria la salud física por supuesto, pero no se puede prescindir de la salud espiritual esencialmente. Con razón San Pablo manifestó alguna vez: "Por el pecado entró la muerte" (Rom 5, 12-21). Así mismo, un alma saludable (en armonía con Dios) está en Paz y hasta llega a recuperar la salud física, de ahí que Jesús antes que sanar el cuerpo, se enfocaba primero en el alma de la persona y por ello ratificaba la salud con estas palabras:
"Tus pecados son perdonados" (Mt 9,2), "tu fe te ha salvado" (Mc 5,34; Lc 7,50), "vete y no vuelvas a pecar" (Jn 8,11). Con estas palabras podemos confirmar que lo importante, la salud primaria, viene desde el mismo ánimo del espíritu.
Con esto no quiero decir que no sean necesarias las atenciones de la medicina sino que, es también importante la espiritualidad que nos mantenga firmes y con esperanza siempre sabiendo que Dios contiene a la medicina misma y abarca la inteligencia de los hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario