viernes, 18 de diciembre de 2015

Entre el combate y la Esperanza

Alienación y realidad
Una breve reflexión sobre el verdadero sentido que María debe de significar en nuestras vidas...

Todo lo que no se abre es egoísmo

Muchos buscan imágenes y cuadros que tocar y besar en lugar de signos que despierten la fe y conduzcan al amor. Quieren conseguir algo o agradecer un favor. A veces tenemos la impresión de estar asistiendo a una operación de compraventa. Se cumple lo que decían los romanos: "do ut des", te doy para que me des. De ahí se origina la expresión "pagar mandas". El verbo pagar encierra el concepto de compra-venta.

Es evidente que todo esto es una adulteración de la finalidad por la cual Jesucristo nos entregó una Madre. En lugar de ser la Madre que engendra en nosotros a Jesucristo, queremos transformarla muchas veces en economista que solucione los reveses económicos, en el médico que sana las enfermedades incurables, en la mujer mágica que tiene la fórmula secreta para todos los imposibles.

Otras acuden por curiosidad, superstición y fascinación. Sin darse cuenta que pueden fomentar instintos religiosos en lugar de fe.

Hay quienes colocan a María tan alta y tan lejos, que la transforman en una semidiosa deshumanizada.

"Esta criatura 'bendita entre todas las mujeres' fue en esta tierra humilde mujer, implicada en las condiciones de privación, de trabajo, de opresión, de incertidumbre del mañana, que son las de un país subdesarrollado. 
María debía no solamente lavar o arreglar la ropa, sino coserla; no solamente coserla, sino primeramente hilarla.
Debía no solamente hacer el pan, sino también moler el grano y, sin duda, cortar leña para las necesidades del hogar, como lo hacen todavía las mujeres de Nazaret.
La Madre de Dios no fue reina como las de la tierra, sino esposa y madre de obreros. No fue rica sino pobre.
Era necesario que la Theotokos fuese la madre de un condenado a muerte, bajo la triple presión de la hostilidad popular, de la autoridad religiosa y de la autoridad civil
de su país. Era necesario que compartiera con Él la condición laboriosa y oprimida, que fue la de las masas de los hombres que había que redimir, 'los que trabajan y están cargados'".

María no es soberana sino servidora. No es meta sino camino. No es semidiosa sino la Pobre de Dios. No es todopoderosa sino intercesora. Es, por encima de todo, la Madre que sigue dando a luz a Jesucristo en nosotros.

Nuestro destino materno

El significado profundo de la maternidad espiritual consiste, repetimos, en que María sea de nuevo Madre de Jesucristo en nosotros. Toda madre gesta y da a luz. La Madre de Cristo gesta y da a luz a Cristo. Maternidad espiritual significa que María gesta a Cristo y lo da a luz en nosotros  y a través de nosotros.

En una palabra, nacimiento de Cristo significa que nosotros encarnamos y "damos a luz" -transparentamos- al Cristo existencial... tal como en su existencia terrenal sintió, actuó y vivió. Jesucristo -la Iglesia- nace y crece en la medida en que los sentimientos y comportamientos, reacciones, y estilo de Cristo aparecen a través de nuestra vida.


En la medida en que nosotros encarnamos la conducta y actitudes de Cristo, el Cristo Total avanza hacia su plenitud. Es sobre todo nuestra vida más que con nuestras instituciones como impulsamos a Cristo a un crecimiento constante. Porque Dios no nos llamó desde la eternidad principalmente para transformar el mundo con la eficacia y la organización, sino "para ser conformes a la figura de su Hijo" (Rom 8,29).

María dará a luz a Cristo en nosotros en la medida en que nosotros seamos sensibles, como Cristo, por todos los necesitados de este mundo; en la medida en que vivamos como aquél Cristo que se compadecía y se identificaba con la desgracia ajena, que no podía contemplar una aflicción sin conmoverse, que dejaba de comer o de descansar para poder atender a un enfermo, que no sólo se emocionaba sino que solucionaba... la Madre es aquella que debe ayudarnos a encarnar a ese Cristo vivo sufriendo con los que sufren, a fin de vivir nosotros "para" los demás y no "para" nosotros mismos.

viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Riqueza o pobreza?

Todas las personas (ricas y pobres) tienen necesidad de Dios (o un ser supremo) pues sabemos de antemano que somos finitos, frágiles… y que hay “algo más” de lo que vemos con los ojos materiales; muchas veces apetecible y hermosa a la vista... Esto en apariencia podría indicar prosperidad y bienestar en muchos aspectos. Puede ser. 

Pero aún así hay algo en común que tenemos todos por el sólo hecho de ser personas, y este es que sentimos (amamos) y tendemos y nos movemos siempre en base a este sentimiento; amar y sentirnos amados es la mayor riqueza que el hombre y mujer  puedan experimentar. 

Al menos a esta ley estamos sujetos si queremos alcanzar una felicidad en verdad plena e independientemente de las posesiones materiales. Esto va de la mano con la soledad pues nadie puede vivir solo. De ahí que, podrás tener mil lujos, pero sin alguien con quien compartir y que, a fin de cuentas, podría implicar toda tu felicidad actual, así como un niño con muchos juguetes jugando con otro amigo; de nada valdrían sus juguetes por sí solos, pronto se aburriría.

En esto de poseer, aunque existen familias "felices", no existe garantía de que así lo sean todas, puesto que también en una familia carente (y aún con más razón) se ven familias plenas (y no quiero decir con ello que deseen en principio estar así y que así deban estar cuando en lo mínimo toda persona debe tener lo necesario para su desarrollo digno como persona). Parece ser, sin embargo, que este ámbito es más propicio para la fe; pues las mismas carencias y dificultades foguean al corazón humano y lo invitan a, con mayor razón, creer y cultivarla; tener la confianza en un ser supremo que lo ayude, a disfrutar y valorar más de la compañía de los demás... 

"...Pero ella en su pobreza, ha puesto cuanto tenía para vivir" (Lc 21, 4)
Aunque, por otro lado, también se puede hablar de una fe inmadura provocada por las mismas necesidades que te obligan a creer en alguien para que te saque adelante; ahí donde no ves salida. Una fe así, provocada por la necesidad más que por el amor, consecuencia de un previo acercamiento o experiencia con Dios pues, “nadie ama lo que no conoce”, puede muchas veces llevarnos a una fe engañosa o light que, en la medida de que me sienta respondido por Dios seguiré "con él" pero en realidad no confía plenamente. Se trata, por así decirlo, de un amor interesado.
Y en esto se puede caer, sin embargo, en ambas partes. Muchas de las veces se trata de una fe no razonada. Esto implica mayor estudio (acercamiento) respecto a lo que se ama. Claro, sin despreciar que existan personas que con el sólo hecho de creer meramente sentimental, sea mejor persona; y viceversa: que una persona que la razona sea incapaz de actuar: "nadie se compadece mejor del hambriento que quien la ha padecido". 
Lo que aquí destaco es que, razonando nuestra fe tenemos más herramientas pero, también, de nada sirve si no la practicamos: en la medida de mi acción está mi amor (¿por qué se hace lo que se hace, si se hace?).


Aquí cabe destacar la distinción entre un amor propio y uno más universal que abarque a todos sin distinción sólo por el hecho de (saber) amar.

Así, Dios radica en todo corazón que lo quiera acoger sin distinción de razas y nación. Para él todos son hijos muy amados. El problema es cuando buscamos fuera de él (muchas veces de manera egoísta) la “supuesta” felicidad. Cuando ponemos nuestras fuerzas, nuestro corazón en cosas que no son precisamente Dios y que nos dan quizás placer y una aparente felicidad, pero felicidad efímera, que pasa y que muchas veces también traen desgracias cuando hay ambición o malas administraciones. Ahí es donde radica la verdadera miseria humana (interior).

Sobre las pertenencias materiales

No digo que no se pueda “tener” siempre algo mejor materialmente hablando y que se pueda disfrutar para el futuro ya que muchas veces se trabaja para ello y se busca formar un patrimonio para los hijos, otros parientes, amigos e, incluso, a personas ajenas a nuestra
familia cuando, por ejemplo, se ejercen obras de caridad y mejor bienestar para las personas necesitadas en algo… lo que digo es que no debemos aferrarnos o poner nuestra entrega a las cosas materiales más que en Dios o lo que verdaderamente sirve y aprovecha a nuestra alma. Un día Jesús, discutiendo con los fariseos (estrictos observantes de la ley) cuando, por ley no podía siquiera curar en día sábado, les dijo: "El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado" (Mc 2, 27-28). Así mismo con las cosas nos diría: "las cosas se hicieron para el hombre, no el hombre para las cosas, incluido el dinero y, al cual, le damos el carácter esencial prácticamente  en todo al igual que el poder que viene de la mano del dinero. Debemos entender, antes que nada que, aún estas cosas son medios no fines, es decir, no es a lo que aspiramos estrictamente hablando; hay algo más y puedes ser feliz aún sin ello. 

Parafraseando al Papa recientemente en su visita a Cuba, comento: Los bienes materiales sí, son necesarios y es una obligación administrarlos, pero cuando éstos entran al corazón, ya perdimos.

Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos
Las cosas se disfrutan mejor compartiéndolas y en eso radica ya parte de la felicidad pues, quien no sabe compartir lo que tiene, es en realidad un pobre y quizás lo que tiene no lo valora o no se lo ha ganado con amor al trabajo y de manera honesta, es decir, en aras a algo mejor, por ejemplo, quizás para formar un patrimonio para los hijos, papás… donde lo que realmente lo impulsa es un espíritu bueno; o trabajar para  ser alguien en aras a prestar un servicio a los demás con su profesión más que a explotar o servirse de él. ¿Entiendes? Todo lo mejor que deseemos debe estar siempre motivado por el factor amor que no desea nada mal a nada ni nadie; que busca compartir y unificar.


Pero cuando somos egoístas ahí está el problema porque desaparece de la mira mi hermano y sus necesidades y es entonces que lo único que importa son sólo mis problemas o necesidades.

Pobre que llega a tener

Dice un dicho popular: “el que no tiene y llega a tener loco se quiere volver”.

Lamentablemente he visto en el transcurso de mi vida, sobre todo
en el estatus medio bajo (con sus honrosas excepciones por supuesto) esta lamentable situación: hay personas que una vez carecieron de mucho materialmente hablando y, el día que se le
llega la oportunidad de tener un poco más o estabilizar su vida, quizás con un ingreso más alto de lo que antes acostumbraba ganar mediante un trabajo más digno o estable… comienza a marearse,
es decir, se olvida de lo que fue y, lejos de ayudar a su prójimo, lo pisotea; no se compadece ni ayuda, sin llegar tampoco, y claro, al extremos del subsidiarismo. Es necesario ver siempre y en todo ámbito al otro como otro yo (igual), que no estoy vivo y buscar con él un futuro más digno. A veces la misma pobreza material es provocada por nuestra pobreza de espíritu que no es otra cosa que incapacidad de amar; de vernos como enemigos más que como hermanos, y por ello de unirnos para resolver problemas. Pero debemos comenzar por el acercamiento (conocimiento) al otro; la verdad, muchas veces no nos conocemos (y ni nos interesa), he aquí uno de los peores males en nuestra comunidad.


Pero esto mismo suele suceder entre los que más tienen, ya que también, así como hay de pobres a pobres, también hay de ricos a ricos; de los que valoran lo que tienen, y de los que sólo obtienen por obtener para enriquecerse cada día más (razón de las injusticias). 

En este sentido cabe la pregunta ¿Para qué? Si muchas veces ni se disfruta y se vuelve un círculo vicioso ya que no le llena lo que tiene (porque no lo sabe valorar –quizás porque no le cuesta o se lo gana honesta y duramente-), quiere más pensando que esto le llenará y, en su afán por conseguirlo atropella a los demás. Se estresa, se amarga… en fin, no es eso felicidad y hasta llega a enfermarse corporalmente.
¿Es esa la felicidad que le dieron sus bienes materiales? ¿Es eso lo que Jesús quiere si hablamos de que creemos en un Dios de vida? ¿A caso esa situación generó vida comenzando por el mismo poseedor de tales bienes?

Por otro lado, existen ricos y no tan ricos que saben vivir, compartir de lo que tienen, y no sólo en lo que material se refiere sino, además, dan tiempo y entrega en algún proyecto con beneficio a algo y no precisamente personal. Prestan servicio.

Riqueza radica en el corazón más que en las pertenencias

Con todo esto, por citar algunos ejemplos, pienso que la mayor riqueza (y quizás principal) radica en el corazón del hombre, en su educación y bien valorado espíritu que, por supuesto, comienza desde la familia, principal empresa de adquisición de valores.



martes, 16 de junio de 2015

Crisis Matrimonial

Es indudable que el matrimonio es difícil en el sentido de tener que compartir la vida con alguien.
Hoy día para muchas parejas es preferible «vivir juntos» pero sin nada que les implique (o les recuerde) «un compromiso» fuerte, por así decirlo. Se prefiere en muchísimos casos optar por algo más «cómodo» como si el mismo «amor» que se tiene por la persona amada, no implicara ya de por sí un compromiso con ello.

Esto es, precisamente, lo que se está diciendo en el matrimonio: se está ratificando lo que de antemano, ambos (marido y mujer) decidieron: convivir juntos «para siempre». Lo que asegura, por supuesto, una «estabilidad» familiar a futuro en todos sus ámbitos.
Quien ama se compromete «porque quiere» comprometerse con ese alguien. Es en este sentido que podemos hablar de una «crisis». Primero, el sujeto y su afectividad: ¿Qué es lo que verdaderamente quiere en la vida? Es decir, ¿qué objetivo le motiva a comprometerse si es que, en realidad, estamos hablando y entendemos bien tal término? Segundo, las fuerzas externas que les pueden influenciar, es decir, la sociedad o familiares mismos que, por diversos intereses (no precisamente honestos) les orillan a tomar ciertas decisiones a los que se «comprometen»… Por mencionar los factores (quizás no los principales) que nos llevan a «no entender» ni «valorar» bien dicho sacramento.

Hay que saber (y ya que el matrimonio es un sacramento de «servicio») que el compromiso se extiende hacia la sociedad misma con su ejemplo y valores de vida.
Es desde el seno familiar dónde parten los valores primordiales de la persona humana: "El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana"; la familia es por ello la "célula primera y vital de la sociedad".[1] De ahí su importancia.

En fin, la crisis del matrimonio es, y ha sido, sin embargo, en muchos de los casos y en sus variadas épocas una realidad latente.
¿Por qué los matrimonios en su mayoría fracasan? Y con esto no quiero referirme solamente al fracaso entendido como divorcio ya que, y dada la enseñanza muchas veces tradicional, cultural, económica o, de otra índole, muchas de las parejas viven juntas pero sin «un amor» de por medio que los avale. Tal es, y ha sido el caso de muchos de los matrimonios hoy día.
Bajo este tenor de desconocimiento en gran parte de los esponsales sobre el verdadero «valor» del sacramento, hay muchos problemas que (conciente o inconcientemente) se están viviendo y que imposibilitan la plena vivencia del amor en el «seno familiar», antes bien, la resquebraja.

Cabe resaltar que el matrimonio, con sus mil y un dificultades, no se puede o debe pretender llevar solo; se necesita de la gracia divina. De ahí que se implora y va auxiliado por la fuerza y sabiduría del Espíritu Santo, tal y como podemos observar desde los ritos iniciales en una celebración matrimonial:
El Espíritu Santo, fuente de vida, ayuda desde hoy a estos novios a entregarse mutuamente y con amor indiviso a su proyecto esponsal y de paternidad. Con su gracia les será más llevadero el pacto de amor que hoy rubrican, manteniéndose unidos y fieles en los gozos y adversidades. El mismo Espíritu les ayudará a descubrir también su papel de colaboradores con los hijos que Dios le quiera dar.
Es pues, mediante este Espíritu que podemos superar los obstáculos; es gracia que santifica y plenifica a la pareja en su nueva modalidad de esposos, y en aras a formar nueva familia a pesar de nuestra fragilidad humana.

Algunos posibles problemas

Es importante también caer en cuenta sobre algunos posibles peligros que se pueden dar en el matrimonio, y con ello no quiero decir que se deban dar obligatoriamente, sino, más bien, para prevenirlos; ser conciente de ellos para de alguna manera evitarlos o, simplemente, considerarlos antes de cualquier compromiso. Lo que pretende llevar a una madurez de decisión más plena y segura.
Jurídicamente hablando podríamos, quizás, estar ante bastantes matrimonios «nulos» precisamente por problemas que, como pareja: o pasaron de largo, o simplemente desconocían (conciente o inconcientemente) muchas cualidades y defectos provenientes en su mayoría de conflictos personales antes de tomar la decisión definitiva.

Tenemos, así, realidades concretas de «nulidad» de matrimonio por: Falta de suficiente uso de razón, falta de madurez de juicio, falta de consentimiento libre y ponderado, ignorancia de la esencia del matrimonio, matrimonio conseguido con engaño, exclusión de la dignidad sacramental, exclusión absoluta (o condicional) de los hijos, etc., por mencionar algunos ejemplos.
Como podemos notar, hay muchos aspectos qué considerar antes de pretender un compromiso «para toda la vida».
Nos encontramos, así, ante «retos» cada vez mayores respecto a este tema comenzando por el desconocimiento y desvalorización de dicho sacramento.

Es de preocuparnos, pues, cómo es que estamos llevando la pastoral del matrimonio hoy día (o cómo se llevará) de tal manera que, lejos de parecer solamente algo fantástico, ilusión, ficción, show o, simplemente algo «bonito», se dé a conocer su sentido más real y comprometedor. ¿Qué tanto contribuimos a ello? No es algo que se da, pues, meramente «en el altar» sino que, es un proyecto que de alguna manera los novios ya venían consolidando desde antes, precisamente por el «amor que se tienen» y que, ante el altar (con todos ahí presentes), sólo se viene a «ratificar». Esto lo podemos notar en la liturgia misma al comienzo de la celebración de tal sacramento y, poco antes de escrutar a los esponsales:
Estamos aquí, junto al altar, para que Dios garantice con su gracia vuestra voluntad de contraer Matrimonio ante el ministro de la Iglesia y la comunidad cristiana ahora reunida. Cristo bendice copiosamente vuestro amor conyugal, y él, que os consagró un día con el santo Bautismo, os enriquece hoy y os da fuerza con un Sacramento peculiar para que os guardéis mutua y perpetua fidelidad y podáis cumplir las demás obligaciones del Matrimonio. Por tanto, ante esta asamblea, os pregunto sobre vuestra intención.

Y que, posteriormente, «de manera conciente» (se supone), deben contestar: “sí, vengo,  “sí, libremente”, “sí, estoy decidido (a)” o “Sí, dispuesto (a).” Palabras aparentemente sencillas de pronunciar pero que deberían llevar una plena maduración reflexiva respecto a lo que se quiere y, por ello, a comprometerse seriamente.
No se trata, pues, y en pocas palabras, de un «mero evento en sí (solamente con matiz social)» sino de un evento que implicará «toda su vida» en adelante.
Leyendo respecto a estos temas, sobre todo los casos de nulidad, me di cuenta, ciertamente, de lo complejo de un matrimonio pero, a la vez, por su misma complejidad, de la importancia de saber comprometerse para la vida (en compañía de la persona amada) más que nada.

En este libro[2], aunque de una manera un muy general, que leí, me di cuenta de «algunos casos», quizás los más comunes, y que hoy día aquejan a muchos matrimonios.
Pienso, a este respecto, comenzando por la instrucción de «nosotros mismos», que «debemos profundizar más», y darle la atención adecuada, si no es que primordial, al matrimonio; darle su lugar y tiempo en la pastoral en las parroquias ya que trata de algo importante que implica la vida misma de la persona y no solamente de los esposos, sino de los hijos, con los cuales se conformará una familia en el futuro y puede estar en juego. En ella se forjan las futuras personalidades o al futuro malhechor (antivalores).

La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma.
Así la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social.[3]

Hay que «redoblar esfuerzos» para mejorar la catequesis acerca de este sacramento de la mejor manera posible.
Se trata, más que nada, como he dicho, de «hacer conciencia» a los novios.
Pero quizás no solamente a ellos, es decir, desde el momento en que se están preparando para contraer nupcias (los que desean casarse), sino un poco antes; desde las pláticas de adolescentes y juveniles, y desde el seno mismo de la familia ya que, tarde o temprano, los hijos llegarán a una etapa de madurez tal, que les exija o los impulse a «querer comprometerse» de alguna manera con la otra persona.

El valor del matrimonio (la familia) como un reto

Es un reto un tanto difícil ya que debemos comenzar por «nosotros mismos» y no caer en tentación de quedarse en la comodidad del mero «ritualismo» y por diversos intereses.
Creo que a los primeros que deben interpelar dichos temas (no sólo con respecto al matrimonio) es a nosotros mismos ya como sacerdotes. Nos toca hacer valer y entender, en lo sucesivo, con la mayor asertividad posible los sacramentos y evitar, así (muchas veces por desconocimiento), caer en muchos errores serios por diversas circunstancias o intereses que no precisamente van en orden a un bienestar y estabilidad familiar, peor aún, sin Dios de por medio. Que no degraden al sacramento más que lo plenifiquen.
Creo que no lo sabemos todo del sacramento, (mucho menos de los demás), nos falta. Y para ello es necesario el interés, primero, por conocerlos más a fondo. Razón por la cual muchas veces no enseñamos como debe de ser.

Conclusión

Así, de una manera general, quise abordar el tema del sacramento del matrimonio. Mejor dicho, «de sus crisis» que, desde mi perspectiva, y una vez consultado algunos textos, me pareció no menos importante conocerlos a fondo tanto en sus virtudes como sus principales consecuencias por, como mucho he mencionado, ser mal observados.
En un principio pensé abordar un tema en específico sobre este sacramento, pero me pareció importante mencionar, antes que nada, que el principal reto al que nos enfrentamos no tan a futuro, es «advertir» sobre todas estas problemáticas posibles y que, me atrevo a decir, no hay suficiente catequesis que podrían evitar muchas problemáticas futuras en los jóvenes candidatos al matrimonio.
Así, el mayor obstáculo o virus de todas éstas, podría decirse es «la ignorancia», peor aún, la indiferencia ante tales (incluyendo ministros, algunos que otros más ingenuamente por falta de información).



[1] Cfr. Familiaris Consortio no. 42.
[2] Bersini, Francisco, ¿Es válido mi matrimonio?, 1990, México, San Pablo.
[3] Familiaris Consortio no. 42.