domingo, 11 de octubre de 2020

La verdadera fe

 "Sólo existe una lengua en la ciudad de Dios, la lengua del amor. Los que hablan mejor, hablan en silencio" 
(Thomas Merton).

El testimonio es el que mejor habla de nosotros, no tanto las palabras. 

Cuentan que San Francisco de Asís le dijo a un discípulo que lo acompañe a un pueblo a predicar. El discípulo aceptó entusiasmado con la posibilidad de aprender a predicar. Sabía que tenía que aprender a llegar a las personas hablando sobre la palabra de Dios.

Durante todo el día, San Francisco se paseó por las calles del pueblo, atendiendo las necesidades de los pobres y desamparados. Ayudó a la gente enferma, dio de comer a las personas con hambre y hasta ayudó a construir una vivienda para una persona muy humilde.

Cuando estaban de regreso, muy cansados, el discípulo estaba decepcionado porque San Francisco no había predicado ni se había dirigido públicamente a los feligreses. El discípulo que quería aprender a predicar se sentía muy frustrado. Lo miró a San Francisco y le dijo:

- Maestro, pensé que íbamos a predicar en este pueblo.

- Hijo mío, claro que hemos predicado, pero no con palabras sino con el ejemplo. Quizá no te diste cuenta, pero nuestra conducta era observada por muchos. No tiene ninguna utilidad predicar sobre las palabras, a menos que hagas eso que predicas, respondió con cariño San Francisco.

¿Por qué es tan difícil predicar con el ejemplo? Hablar de lo que uno hará en el futuro es fácil. Sólo se requiere soltar las palabras de la boca. Nuestro ego se infla con todas las cosas buenas que supuestamente hacemos. Pero hacer las cosas en la realidad, requiere de trabajo arduo, disciplina, paciencia, muchos sacrificios, cambio de hábitos y sobre todo humildad. Tampoco existe un beneficio para el ego, los resultados son más bien para Dios, en Dios y por Dios, por quien trabajamos. Nosotros sólo somos instrumentos, de ahí la humildad en tal reconocimiento. Además, los logros le tocan a Él, los cuales pueden ser a mediano o largo plazo según le plazca.

Nuestra conducta, pues, habla más que nuestras solas palabras.

A veces pensamos y queremos hacer grandes sacrificios para que, de la noche a la mañana se logren grandes cambios sin darnos cuenta de que el verdadero cambio o sacrificio, el testimonio, se va dando desde el trato diario con los demás y la naturaleza, desde las cosas sencillas.

Frenarme de decirle algo feo y sin sentido a quien "me cae mal" por tal de no propiciar palabras que no llevan a ningún acuerdo y sí a la violencia, es un sacrificio genuino que vale la pena intentar. Y este sacrificio, aunque no lo creas, ya es un producto de la fe y la oración ya que no es fácil refrenarse uno mismo sin la ayuda de Dios.

Así, de nada me sirven los ritos religiosos a las que participo si no soy capaz de seguir reglas de convivir en familia o comunidad en paz; si soy grosero, rebelde, o me importa un comino lo que el otro (a) piense; en pocas palabras, si no soy siquiera respetuoso y, con ello, falto por supuesto a la caridad; si quiero hacer sólo lo que a mi me apetece por sólo placer o capricho. Este no es el verdadero sacrificio que Dios quiere en aras a propiciar mayor paz en mi comunidad.

Otro aspecto a tomar en cuenta es que la fe se traduce en obras como lo señala en la biblia la carta de Santiago "¿Tú crees que existe Dios? ¡Muy bien! También los demonios creen y tiemblan de miedo [...] Estás viendo que la fe se demostró con hechos, y por esos hechos la fe llegó a su perfección." (St 2,18.22).

Por tanto, la sola creencia no basta, me refiero a la fe, la cual se ve cuestionada por la falta de obras, de testimonio. Es por ello que, por más que yo diga tener mucha fe y creer en un Dios de amor supremo, esta fe sólo será válida en los hechos, desde el mismo trato con los demás.

En pocas palabras: "la fe se vive, no sólo se predica".

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